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Desequilibrados Globales

  • María Lorena Carballo
  • 5 ago
  • 3 Min. de lectura

23.06.2025

Vivimos en un mundo convulsionado. Seguramente no sea la primera vez que leas o escuches esta oración, y, sin embargo, pocas veces se le presta atención. No es la primera vez que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial, en esta contemporaneidad que habitamos, y, sin embargo, pocas veces antes tuvimos la certeza de que esta vez va en serio. ¿Qué cambio esta vez? Los liderazgos que nos gobiernan.

Vivimos en un mundo donde los principales Jefes de Estado provienen de espacios radicalizados, derechas radicalizadas, izquierdas radicalizadas. Esto hace que los conflictos latentes que existen desde hace muchas pero muchas décadas, encuentren un reflejo desde el cual detonarse. El eterno conflicto entre el mundo judío sionista y el mundo árabe yihadista, no habría alcanzado el volumen, intensidad y peligrosidad en el que se encuentra ahora si los líderes globales occidentales fueran estadistas, analistas y no simples conductores desequilibrantes, de sectores radicalizados que alcanzaron el poder.

Cabe preguntarse, entonces, cómo es que la sociedad votó este tipo de liderazgos, cómo han logrado convencer y persuadir a una porción importante de la sociedad como para ganar elecciones. Y aquí, viene el pase de factura a la política tradicional, a los partidos políticos tradicionales, demasiado ocupados en auto referenciarse como para tomar nota de los cambios radicales, por cierto, que han sufrido y sufren las sociedades, del cambio de Era que estamos viviendo. Demasiados preocupados por cuidar sus “pequeñitas cuotas de poder”, demasiados pequeñitos como para hacer un esfuerzo intelectual por entender nuevas sociedad con nuevos ciudadanos que tienen demandas y exigencias actuales, mejor canalizadas, por otra parte, por los outsiders que no lo son tanto, en el fondo, y han logrado interpelar a este electorado hambriento de cambios.

La falta de resolución de la guerra desatada por Rusia contra Ucrania, el avance de Israel sobre Jordania, Líbano y la posterior guerra con Gaza luego del atentado de Hamás sobre Israel el 7 de octubre de 2023, muestra mucho más que guerras o intereses domésticos, desnuda las fallas de la diplomacia para resolver conflictos, desnuda la falla de la política para liderar tensiones y evitar estallidos bélicos. Estas situaciones sumadas a gobiernos que no dan respuesta a las genuinas aspiraciones de las sociedades: de acceso a recursos económicos y materiales que promuevan el bienestar de una vida bien vivida, explica el hartazgo de muchas sociedades con el sistema democrático que funciona en gran parte de occidente.

Que occidente crea que esto se soluciona haciéndole la guerra a oriente, es de mínima un error grosero. Pues si el objetivo es tapar el problema de raíz, poniendo una zanahoria llamada batalla cultural, lamento decir que ese objetivo probablemente no se alcance. Si el objetivo es, además, una respuesta a la crisis económica actual producto de la Pandemia Covid-19, desatada, ¿adrede?, por China, lamento decir que tampoco lo veo probable.

La guerra con oriente no sólo puede derivar en una Tercera Guerra Mundial, con las implicancias y peligros nucleares que ello conlleva, sino que al final del día, no solucionará los problemas de acceso a la vivienda, a una educación y salud de calidad, de acceso a una economía sana que permita a cada persona o familia poder desarrollar su proyecto de vida en armonía en el lugar que cada uno haya elegido para formar su hogar. Que milennials y centennials, tengan un ojo puesto en la IA y el otro en el estilo de vida “slow” de los baby boomers y la generación silenciosa, es parte del cambio que las nuevas generaciones plantean como desafío a gobiernos e instituciones.

Las personas quieren poder vivir una vida sanamente equilibrada, y para ello se precisan de instituciones fuertes, sólidas y estables.

En el libro “por qué fracasan los países”, Acemoglu y Robinson llegan a la conclusión de que es el proceso político el que determina bajo qué instituciones económicas se vivirá, dando forma a los incentivos para recibir educación, ahorrar, invertir, innovar. Y son las instituciones políticas la que determinan cómo funciona este proceso.

Renovando la frase de James Carville, “¡Son las instituciones, estúpido!”.  

 
 
 

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